-Ave María Purísima -dijo la monjita detrás del torno de madera maciza del convento.
-Eeeeeee! Sin Pecado Concebida, hermana. Mire, llamamos ayer por la tarde para decirles que vendríamos hoy a comenzar los trabajos.
-¡Ah! ¡Son ustedes!. ¡Qué alegría!. ¡Miren! ¡Voy a avisar a la madre superiora para que venga ahora mismo y les pueda atender!
De repente un ruido espantoso, martillazos secos, invadieron la portería del convento. Provenían del interior del recinto y resultaban tan desagradables que me dieron ganas de salir a la calle para dejar de oir esos angustiosos zumbidos.
Se hizo el silencio.
-Bueno, hermana. Ya veo que han comenzado las obras dentro del Convento. ¿Venimos en un mal momento?
-¡Oh no! ¡todo lo contrario! ¡todas nosotras les estábamos esperando!. Rogábamos al Señor que pudieran venir cuanto antes. Ya saben: es un trabajo que, precisamente a nosotras, nos hace mucha ilusión. Ya estábamos deseosas de acogerles en nuestra casa. Y claro! Ya hemos avisado al Padre Salvador para que les habiliten sus estancias en el Seminario Menor. ¡Allí podrán descansar tranquilamente, ahora que los muchachos se encuentran de vacaciones!. ¡Ay! ¡Gracias a Dios que ya han llegado! ¡Menos mal que nuestra Santa Madre nos ha escuchado! ¡Cuántas gracias hay que dar al Señor, siempre por medio de nuestra Santa Madre Teresa de Jesús! ¡Cuántas Gracias!... ¡Bueno! ¡como les digo! ¡voy a avisar a la Madre Priora!
¡Zas, Pum, pum, pum.... Plas, Plas, Plas... Pum, Pum, Pum!- Decía de nuevo el ruido horroroso que salía del interior del convento.
Ahí empezó mi experiencia en un Convento de Clausura. Con Permisos y Licencias Eclesiásticas, podíamos -por razón de trabajo- ingresar y movernos libremente por el Convento. ¡Toda una aventura para una persona como yo amante de las antigüedades, de las Obras de Arte y de los artilugios antiquísimos!.
No podré olvidar nunca ese día. Por el lenguaje tan peculiar de una monja de clausura carmelita y por aquellos ruidos espantosos que invadían todo el convento quitándote la Paz de aquella tarde de verano.
-¡Ay! ¡ya están aquí! Soy la madre Superiora. ¡Qué alegría, hermanos! ¡qué alegría! Les estábamos esperando. Tomen la llave y pasen a la Salita de espera. Allí tienen esperando unos zumos de limón con unas pastitas. Esperen, que yo voy para allá y allí, en el locutorio, nos vemos y puedo conocerlos a todos. ¡Qué alegría! ¡cuántas gracias hay que dar a la Santa Madre!
Otra vez el ruido. Horroroso!: Pum, Pum, Pum!!! ¡Plas, Pum, Pum!
-¿Y ese ruido, madre? ¿pasa algo dentro del convento? -pregunté yo, no pudiendo soportar más esos estruendos.
-¡Angelito! ¡no! No pasa nada. ¡Pero qué carita de ángel que tienes! ¡Ay que guapito!. ¡Tú serías un padrecito estupendo! ¿no has pensado nunca en servir a dios en el Sacerdocio? ¡Ay! ¡Con esa cara de angelito que tienes!
-Pues, mire hermana. Cada uno servimos a dios a nuestra manera. No sé... ¡quizás algún día....! -Le dije yo, con las palabras justas y sin saber qué más responder. Pero, hermana, ¿esos ruidos? ¿qué son esos ruidos?
-Nada, hijito! ¡Uy! ¡pero qué gracioso eres y qué buen curita serías!... Nada! ¡no te preocupes, mi niño!... ¡ay! Es que está muy enfermita la hermana Sor María de todas las Angustias Divinas de Nuestro Señor... y claro! Lo que ocurre!... La Madre Antonia, pues, éso!... ¡ya se sabe!... Pero no, hijito, ¡no te preocupes, que no pasa nada!. Ya avisaré yo a La Madre Antonia, mi niño! ¡Ay! ¡Pero qué carita tan dulce tiene mi niño! Si es que pareces un santito!... ¡ay! ¡qué lindo curita serías tú! ¡Y cuántas almas para el Señor procurarías!... ¡Piénsatelo, mi niño! ¡Piénsatelo!....
Nunca podré olvidar, de nuevo, otro nuevo día en aquel Convento. Había pasado ya varias semanas de trabajo en el edificio, semanas durante las cuales, y a diversas horas del día, aquellos ruidos inmundos se reproducían constantemente como un cantar desagradable que invadía cualquier estancia del enorme monasterio.
No pude creerlo. Nunca había visto cosa semajante. Uno de esos días, perdido por el diminuto patio interior pude descubrir el origen de aquellos malditos golpetazos. Se situaban detrás de una antiquísima puerta de ese claustro. Y no pude reprimir mi inquietud por conocer qué es lo que ahí dentro se ocultaba.
Cúal fue mi sorpresa al abrir la puerta y encontrarme con la Hermana Antonia con un enorme martillo de hierro macizo en sus manos. Vestida con todos los hábitos Carmelitanos -fajas, refajos y faldones, tocas y mantones-, con sus mugrientas alpargatas y su hábito remendado, estaba dando fin a un mamotreto, un cajón, una enorme caja... dios! ¡Un ataud!.
Sí... era un Ataud de listones de madera vieja, que mal clavados dejaban tres centímetros de espacio entre listón y listón. Y ensamblado, a modo de cierre, un tablón de madera recortado en forma de ataud que enganchado con unas sogas brutas que servían de agarraderos, permitían el traslado del enorme mamotreto.
-¡Uy! -me dijo la Madre Antonia- ¡angelito!... ¡ya ha descubierto usted el origen de todos sus ruidos! ¡ji-ji-ji-ji! -reía la monja-. ¿Ve como no era para tanto?... ¡A fin de cuentas, a todos nos llegará el momento? ¡ji-ji-ji-ji-ji! -volvía a reir la monja!
No pude creerlo, pero fue cierto. A los dos días y una vez terminado el monstruoso mamotreto fallecía Sor María de todas las Angustias divinas de Nuestro Señor. En su largo lecho de muerte, había estado oyendo -como era habitual en aquel convento- los ruidos que anunciaban la fabricación de su último monumento. Aquel que acojería para siempre su cuerpo mortal.
-Eeeeeee! Sin Pecado Concebida, hermana. Mire, llamamos ayer por la tarde para decirles que vendríamos hoy a comenzar los trabajos.
-¡Ah! ¡Son ustedes!. ¡Qué alegría!. ¡Miren! ¡Voy a avisar a la madre superiora para que venga ahora mismo y les pueda atender!
De repente un ruido espantoso, martillazos secos, invadieron la portería del convento. Provenían del interior del recinto y resultaban tan desagradables que me dieron ganas de salir a la calle para dejar de oir esos angustiosos zumbidos.
Se hizo el silencio.
-Bueno, hermana. Ya veo que han comenzado las obras dentro del Convento. ¿Venimos en un mal momento?
-¡Oh no! ¡todo lo contrario! ¡todas nosotras les estábamos esperando!. Rogábamos al Señor que pudieran venir cuanto antes. Ya saben: es un trabajo que, precisamente a nosotras, nos hace mucha ilusión. Ya estábamos deseosas de acogerles en nuestra casa. Y claro! Ya hemos avisado al Padre Salvador para que les habiliten sus estancias en el Seminario Menor. ¡Allí podrán descansar tranquilamente, ahora que los muchachos se encuentran de vacaciones!. ¡Ay! ¡Gracias a Dios que ya han llegado! ¡Menos mal que nuestra Santa Madre nos ha escuchado! ¡Cuántas gracias hay que dar al Señor, siempre por medio de nuestra Santa Madre Teresa de Jesús! ¡Cuántas Gracias!... ¡Bueno! ¡como les digo! ¡voy a avisar a la Madre Priora!
¡Zas, Pum, pum, pum.... Plas, Plas, Plas... Pum, Pum, Pum!- Decía de nuevo el ruido horroroso que salía del interior del convento.
Ahí empezó mi experiencia en un Convento de Clausura. Con Permisos y Licencias Eclesiásticas, podíamos -por razón de trabajo- ingresar y movernos libremente por el Convento. ¡Toda una aventura para una persona como yo amante de las antigüedades, de las Obras de Arte y de los artilugios antiquísimos!.
No podré olvidar nunca ese día. Por el lenguaje tan peculiar de una monja de clausura carmelita y por aquellos ruidos espantosos que invadían todo el convento quitándote la Paz de aquella tarde de verano.
-¡Ay! ¡ya están aquí! Soy la madre Superiora. ¡Qué alegría, hermanos! ¡qué alegría! Les estábamos esperando. Tomen la llave y pasen a la Salita de espera. Allí tienen esperando unos zumos de limón con unas pastitas. Esperen, que yo voy para allá y allí, en el locutorio, nos vemos y puedo conocerlos a todos. ¡Qué alegría! ¡cuántas gracias hay que dar a la Santa Madre!
Otra vez el ruido. Horroroso!: Pum, Pum, Pum!!! ¡Plas, Pum, Pum!
-¿Y ese ruido, madre? ¿pasa algo dentro del convento? -pregunté yo, no pudiendo soportar más esos estruendos.
-¡Angelito! ¡no! No pasa nada. ¡Pero qué carita de ángel que tienes! ¡Ay que guapito!. ¡Tú serías un padrecito estupendo! ¿no has pensado nunca en servir a dios en el Sacerdocio? ¡Ay! ¡Con esa cara de angelito que tienes!
-Pues, mire hermana. Cada uno servimos a dios a nuestra manera. No sé... ¡quizás algún día....! -Le dije yo, con las palabras justas y sin saber qué más responder. Pero, hermana, ¿esos ruidos? ¿qué son esos ruidos?
-Nada, hijito! ¡Uy! ¡pero qué gracioso eres y qué buen curita serías!... Nada! ¡no te preocupes, mi niño!... ¡ay! Es que está muy enfermita la hermana Sor María de todas las Angustias Divinas de Nuestro Señor... y claro! Lo que ocurre!... La Madre Antonia, pues, éso!... ¡ya se sabe!... Pero no, hijito, ¡no te preocupes, que no pasa nada!. Ya avisaré yo a La Madre Antonia, mi niño! ¡Ay! ¡Pero qué carita tan dulce tiene mi niño! Si es que pareces un santito!... ¡ay! ¡qué lindo curita serías tú! ¡Y cuántas almas para el Señor procurarías!... ¡Piénsatelo, mi niño! ¡Piénsatelo!....
Nunca podré olvidar, de nuevo, otro nuevo día en aquel Convento. Había pasado ya varias semanas de trabajo en el edificio, semanas durante las cuales, y a diversas horas del día, aquellos ruidos inmundos se reproducían constantemente como un cantar desagradable que invadía cualquier estancia del enorme monasterio.
No pude creerlo. Nunca había visto cosa semajante. Uno de esos días, perdido por el diminuto patio interior pude descubrir el origen de aquellos malditos golpetazos. Se situaban detrás de una antiquísima puerta de ese claustro. Y no pude reprimir mi inquietud por conocer qué es lo que ahí dentro se ocultaba.
Cúal fue mi sorpresa al abrir la puerta y encontrarme con la Hermana Antonia con un enorme martillo de hierro macizo en sus manos. Vestida con todos los hábitos Carmelitanos -fajas, refajos y faldones, tocas y mantones-, con sus mugrientas alpargatas y su hábito remendado, estaba dando fin a un mamotreto, un cajón, una enorme caja... dios! ¡Un ataud!.
Sí... era un Ataud de listones de madera vieja, que mal clavados dejaban tres centímetros de espacio entre listón y listón. Y ensamblado, a modo de cierre, un tablón de madera recortado en forma de ataud que enganchado con unas sogas brutas que servían de agarraderos, permitían el traslado del enorme mamotreto.
-¡Uy! -me dijo la Madre Antonia- ¡angelito!... ¡ya ha descubierto usted el origen de todos sus ruidos! ¡ji-ji-ji-ji! -reía la monja-. ¿Ve como no era para tanto?... ¡A fin de cuentas, a todos nos llegará el momento? ¡ji-ji-ji-ji-ji! -volvía a reir la monja!
No pude creerlo, pero fue cierto. A los dos días y una vez terminado el monstruoso mamotreto fallecía Sor María de todas las Angustias divinas de Nuestro Señor. En su largo lecho de muerte, había estado oyendo -como era habitual en aquel convento- los ruidos que anunciaban la fabricación de su último monumento. Aquel que acojería para siempre su cuerpo mortal.
FOTO: Entrada al Convento de Carmelitas Descalzas de mi localidad: "El Karmen. Año de 1788"
7 comentarios:
Y la fosa? la había cavado tb.? pq es que estas carmelitas descalzas se van dejando todo el ferétro por ahí tirado... jajaj
Lo que si era es lista, pq ya te veía a ti cara de curilla y de anticuario...¡Buena pieza!
Yo una vez fui a un convento de clausuar de Salamanca y ponias algo en aquel torno, y ¡plaf! desparecia como por arte de magia, como cuando le tiras cacahuetes a los monos del zoo..¡igualiño! jajaja
Bezos
No me parece justo por parte de las monjitas... Podían haberse ido a otra parte a martillear. A mi no me gustaría que me preparasen el ataúd en casa. Además, su trabajo son los mantecados...
¡Estas monjas se pasan!
Por muy cara de angelito que tengas...
Bueno... en cierto modo es una manera que tienen de ser conscientes de que su final está cerca y ponerse en paz con Dios... hay gente para todo...
Haber comprado pastas de las que hacen las carmelitas. Están buenísimas las de almendra.
Pues muy padre la historia, sólo una repetición de horrible o algo así (los osnidos) al principio.
Y no, no te hagas curita, o por lo menos ven a confesarme a mi jajaja
Menudo mensaje que me has puesto en mi entrada, me puso la sonrisa nueva.
Entre eso y el huir de la muerte, que es lo que se estila en mi mundo, no sé qué será más sano.
Thiago: Sí! eran unas monjitas muy muy listas! jajaj!
No... lo de las fosas ya lo contaré otro día, porque no tiene desperdicio. Eso... otro día!
Y en cuantos a los tornos: uno de mis amigos era capaz de meterse en el torno y pasar al convento directamente! jajaj!... Era muy chiquito y se acoplaba perfectamente! jaja!
Mario: Pues sí! Eso mismo le dije yo! Pero no paraba de llamarme: ¡angelito! -sinónimo de inocente, inocente-. Y sí... hacían unos mantecados, que también estaban de muerte! jajaj!
HM: Sí! era un aviso! La muerte te ronda. La muerte está aquí. Arrepiéntete y déjate en Dios, porque aquí tienes a la muerte.
¡Qué fuerte!
Stultifer: LO dicho: Las pastas también estaban de muerte!! jajaj!
David: con tal de sacarte una sonrisa... lo que sea! jajaj! Te lo mereces! Besos!
Sisifo: Sí... pero de la muerte nunca se puede huir. No sé cómo se las arregla, pero siempre acaba por encontrarte.
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