
Yo no he sido nunca una persona con mucho malafollamiento, pero como buen Géminis he de reconocer que tengo una paciencia infinita, pero cuando las circunstancias adversas me superan, hago uso de mi malafollamiento derivado, por herencia genética, de mi Abuela paterna.
Recuerdo capítulos muy incipientes de malafollamiento en mi más tierna niñez, como aquel en el que tuve el primer capricho de infancia al cual no estaba dispuesto a renunciar -algún muñeco que vendían en la tienda del pueblo-. Ante la negativa de mis padres en financiar mi capricho, yo no dudé en acometer mi primer atraco a mano armada y forzando la hucha de mi hermano mayor, conseguí todo el dinero que necesitaba para hacer la compra. Una maravilla de compra, y con muy bajo coste para mi bolsillo. Bueno... más o menos igual que las acciones de la Gürtel.
Pero, el primer capítulo de Malafollamiento que yo recuerdo en mi vida, tuvo lugar con Dña. Fernanda, una de las maestras de mi niñez. Es la primera vez que yo he sentido lo que era el malafollamiento en mi vida y la violación de mi dignidad.
Recuerdo que allá por los seis añitos yo iba a la clase de Dña. Fernanda. Por tratarse de un pueblo pequeño, los niños solíamos ir sólos al colegio a tiernas edades porque estábamos educados en la filosofía de "Niño da rua" desde muy temprana edad.
Mi protocolo antes de ir al colegio era pasar por la tienda de la Tía Emilia para que me regalara un puñado de confites. ¡Qué confites! ¡qué sabor a chinchón más rico!... y con mis confites, irme al colegio a "soportar" a la chochona de Dña. Fernanda, que como maestra de Capital era muy fina y elegante.
Aquella mañana era horrorosamente fría. Era muy frecuente que nevara en invierno y aquella mañana había caido un nevazo considerable por lo que, el aquí declarante tuvo que entretenerse haciendo el "lolo" con la nieve y con los confites. El caso es que, recuerdo que cuando llegué a clase, ya estaban todos mis compañeros dentro y aquello daba evidencias claras de que yo había llegado tarde. Fué entonces cuando atacó la chochona de Dña. Fernanda:

Aquella pregunta violentó tanto mi naturalidad y disimulo a la hora de entrar en clase, que odié por un momento y de forma intensa a la Chochona de Dña. Fernanda, mirándola con los ojos torcidos y enseñando mis tiernos dientes sin pronunciar palabra. Pero, Dña. Fernanda insistía e insistía en pedir explicaciones y el declarante, insistía e insistía en no darlas y permanecer en silencio.
-¿Es que no me oyes? -dijo en tono áspero Dña. Chochona.
Y el declarante permanecía el silencio con un malafollamiento cada vez más intenso.
-¡Sr. Angel G.! Si no contesta tendré que adoptar medidas drásticas en este desagradable asunto.
Y Angel G. permanecía en silencio odiando a aquella vieja que estaba quitándole la Paz interior.
-Por última vez, ¡o me dice por qué ha llegado usted tarde o tendré que adoptar medidas!
Y fue entonces cuando, en mi primer momento malafollao miré con odio intenso a Dña. Fernanda y empecé a meter en mi cartera todo aquello que había extraído mientras ella me hablaba.
Lógicamente, Dña. Rotermeyer se puso de los nervios al ver que, sin contestarle, yo recogía todos los utensilios en presencia de toda la clase y sin poder hacer nada, vió cómo me colocaba tranquilamente el abrigo haciendo tiempo para ser observado por todos y enrollándome la bufanda de colores; vió cómo recogía minuciosamente mi cartera y sin prisa ni alteraciones me largaba de clase sin tan siquiera despedirme.
Fué mi primer acto de rebeldía contra aquel sistema educativo. Recuerdo llegar al día siguiente con toda naturalidad y con el convencimiento de que si Dña. Fernanda procedía de igual modo que el día anterior, yo procedería a recoger y retirarme de nuevo. A malafollao no me ganaba nadie y yo no estaba dispuesto a perder la dignidad ya con seis años ni a dejarme amargar por una señorita.
No tuve especial feeling con Dña. Fernanda, ni la recuerdo con notas cariñosas. A pesar de ser un alma entregada a la educación en el pueblo. Y es curioso que sí recuerde muy afectivamente a otros maestros/as que han pasado por mi vida, pero aquel capítulo borró cualquier tentación de afectividad con aquella maestra que me consta que fue muy eficiente educativamente.
Pero aquel capítulo impidió que yo le entregara en el futuro MI AMOR.